La IlíadaHomero fue un poeta griego cuyo nombre es el símbolo de epopeya helénica, padre de la poesía y la épica. Al parecer se trataba de un aedas ciego, es decir de un poeta errante que cantaba o recitaba y que utilizó para la composición de sus magnas obras, La Ilíada y La Odisea.
Debió vivir entre los siglos XII y VII a. de J.C, y nació en Esmirna o en Chíos, aunque ya otras sietes ciudades pretendían ser su cuna.
Nadie concibe a Homero niño o joven imberbe, u hombre arrogante, sino que todos lo presentan como anciano, de gran entereza física, ciego y ostentando en su diestra la lira con que acompañaba la recitación de sus cantos o rapsodias heroicas.
Como todo cantor griego, recorría pueblos y ciudades de las costas de Grecia y Asia Menor y como las hazañas y episodios que marcaba y los héroes que evocaba eran los antepasados de quienes le oían, despertaba en ellos una corriente de interés, simpatía y popularidad cuando escuchaban al anciano poeta cantar en su propia lengua las proezas de sus padres y abuelos.
La Ilíada es el poema de Ilión, capital del reino de Príamo. La acción del poema tiene lugar en el año décimo de la guerra de Troya y cuenta un episodio que duró cincuenta y un días. Homero nos lo indica en el libro II. 134: “ nueve años del gran Zeus transcurrieron ya; los maderos de las naves se han podrido y las cuerdas están deshechas” La acción se halla dividida en XXIV cantos.
La Ilíada se sitúa en el último año de la guerra de Troya, que constituye el telón de fondo de su trama. Narra la historia de la cólera del héroe griego Aquiles. Insultado por su comandante en jefe, Agamenón, el joven guerrero Aquiles se retira de la batalla, abandonando a su suerte a sus compatriotas griegos, que sufren terribles derrotas a manos de los troyanos.
Aquiles rechaza todos los intentos de reconciliación por arte de los griegos, aunque finalmente cede en cierto modo al permitir a su compañero Patroclo ponerse a la cabeza de sus tropas. Patroclo muere en el combate, y Aquiles, presa de furia y rencor, dirige su odio hacia los troyanos, a cuyo líder, Héctor (hijo del rey Príamo), derrota en combate singular. El poema concluye cuando Aquiles entrega el cadáver de Héctor a Príamo, para que éste lo entierre, reconociendo así cierta afinidad con el rey troyano, puesto que ambos deben enfrentarse a la tragedia de la muerte y el luto. Los orígenes de la guerra de Troya se remontan a un incidente ocurrido durante las bodas de Peleo, soberano de los mirmidones, y Tetis, una de las nereidas. Eris, la diosa de la discordia, irrumpió en el suntuoso banquete organizado para la ocasión y arrojó a los invitados una manzana de oro que decía "a la más bella". Zeus pidió a Paris, hijo del rey Príamo de Troya, que eligiera entre las tres diosas que aspiraban a la manzana: Hera, Atenea y Afrodita. Paris eligió a Afrodita y a cambio ésta le prometió el amor de la mujer más bella del mundo: Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta.Sin embargo, para él se abrí un mundo nuevo con el que jamás había soñado. Supo reconocido y aceptado como príncipe en la familia de Príamo y, con la ayuda de Afrodita, viajó a Esparta. Conoció a Helena, quedó deslumbrado por su belleza, como tantos otros, pero con la diferencia de que también ella se enamoró de él gracias a la magia y encantamiento de la diosa
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La Ilíada se sitúa en el último año de la guerra de Troya, que constituye el telón de fondo de su trama. Narra la historia de la cólera del héroe griego Aquiles. Insultado por su comandante en jefe, Agamenón, el joven guerrero Aquiles se retira de la batalla, abandonando a su suerte a sus compatriotas griegos, que sufren terribles derrotas a manos de los troyanos. Aquiles rechaza todos los intentos de reconciliación por arte de los griegos, aunque finalmente cede en cierto modo al permitir a su compañero Patroclo ponerse a la cabeza de sus tropas. Patroclo muere en el combate, y Aquiles, presa de furia y rencor, dirige su odio hacia los troyanos, a cuyo líder, Héctor (hijo del rey Príamo), derrota en combate singular. El poema concluye cuando Aquiles entrega el cadáver de Héctor a Príamo, para que éste lo entierre, reconociendo así cierta afinidad con el rey troyano, puesto que ambos deben enfrentarse a la tragedia de la muerte y el luto. Los orígenes de la guerra de Troya se remontan a un incidente ocurrido durante las bodas de Peleo, soberano de los mirmidones, y Tetis, una de las nereidas. Eris, la diosa de la discordia, irrumpió en el suntuoso banquete organizado para la ocasión y arrojó a los invitados una manzana de oro que decía "a la más bella". Zeus pidió a Paris, hijo del rey Príamo de Troya, que eligiera entre las tres diosas que aspiraban a la manzana: Hera, Atenea y Afrodita. Paris eligió a Afrodita y a cambio ésta le prometió el amor de la mujer más bella del mundo: Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta. Sin embargo, para él se abrí un mundo nuevo con el que jamás había soñado. Supo reconocido y aceptado como príncipe en la familia de Príamo y, con la ayuda de Afrodita, viajó a Esparta. Conoció a Helena, quedó deslumbrado por su belleza, como tantos otros, pero con la diferencia de que también ella se enamoró de él gracias a la magia y encantamiento de la diosa.
Pero se quedó con la que le correspondía a Aquiles. Furioso, el joven guerrero de los pies ligeros se retiró de la batalla, y decidió mantenerse como testigo de la guerra, junto con Patroclo, en su tienda de campaña. Para los griegos, fue un golpe grande. Habían perdido al héroe que los llevaría victoria. Para los troyanos era motivo de fiesta. Ahora sí podían avanzar sobre los griegos . Más o menos, fue sucediendo algo parecido a lo que querían los troyanos y a lo que temían los aqueos.
Patroclo fue a la guerra. Se llenó de coraje y avanzó más allá de donde se le había dicho. Tal vez se sintió como Aquiles, dentro de su armadura y quiso llevarse Troya por delante. El dios Apolo lo golpeó y lo fue dejando sin armas, hasta que fue blanco fácil de dos lanzas troyanas. La segunda y definitiva fue la de Héctor. Héctor el hijo mayor de Príamo, el valiente guerrero de Troya, se puso la armadura de Aquiles y acarició la gloria de tener sobre su cuerpo el muro personal del más famoso héroes guerreros.
La noticia llegó a Aquiles y héroe estalló su rabia y su dolor en un grito tan desesperado que los teucros huyeron, horrorizados. Un grito tan profundo que hasta su madre diosa lo escuchó desde el fondo del mar . El dolor de Aquiles no tenía consuelo. Ya no tenía ni a su amado Patroclo ni a su poderosa armadura, estaba solo en medio de una guerra y el dolor lo partía en dos frente a las costas de Ilión.
También Aquiles sabía de los planes del destino, y era conscientes de que si mataba a Héctor, él tampoco sobreviviría. Pero recordó a Patroclo y ya no tuvo más dudas ,tenía que vengar su muerte aunque la suya fuera el precio a pagar. Cuando se puso su armadura nueva, sabía que iba a escribir la historia con su vida y con su muerte. Iba a luchar con un hombre que le había arrebatado, con un golpe mortal, su amigo y su armadura. Allí fue.
El raro momento del enfrentamiento de las dos armadura de Aquiles se dio por fin. La lanza del héroe de los pies ligeros atravesó el cuello del troyano, ahí donde se acaba la protección de la armadura; la punta salió por la nuca y, mientras el alma se le perdía, recordó a Patroclo diciéndole, al morir, que su hora también estaba cerca. Y le anunció a Aquiles que también la suya rondaba , de la mano de París y de Apolo. Aquiles miró a su alrededor.
Su muerto querido aún yacía en las costas, y tenían que rendirle honores, ahora que había cumplido su venganza.
Los teucros miraban desolados desde atrás de la muralla, y los dioses desde la cima del monte Ida. La rabia y el dolor le dieron fuerzas para desnudarlo, atarlo a la parte trasera de su carro y arrastrarlo con la cabeza haciendo huellas sobre la tierra, hasta su campamento.
Comenzaron los juegos atléticos de honor a Patroclo, mientras el dolor y el horror arrugaban las caras y los ojos en una tierra que se consumía en cadáveres, de ambos lados de las murallas. Los dioses hicieron saber a Aquiles que la deshonra del cuerpo de Héctor era insoportable. El héroe aceptó recibir a Príamo para entregarle a su hijo muerto, y detuvo la guerra durante doce días, hasta el entierro del príncipe.
Cuando volvieron a la batalla, Aquiles volvió a vencer a cuanto enemigo peligroso se le pusiera en su camino. Entre llamas de la guerra, no pudo ser vencido jamás. Solo durante la tregua cuando quiso entrar a la fortaleza, París le disparó una flecha a traición. El dios Apolo se encargo de que diese en su punto vulnerable, en la única región de su cuerpo que podía ser herida mortal: en el talón izquierdo.
Pero faltaba definir una guerra que tenia final anunciado pero que ni los hombres ni los dioses habían podido terminar todavía por las armas. Para los griegos, era necesaria la astucia, la sabiduría de alguien que hubiera aprovechado la vida para aprenderla y conocer las razones y los hechos de los hombres sin necesidad de adivinos o adivinanzas. Ese hombre era Ulises, el protegido de Atenea. Fue quien tuvo las ideas definitivas. Para saber qué cosas tenían que suceder para que ganaran finalmente la guerra, debían secuestrar al hijo de Príamo y hacer que les revele el oráculo. Lo hicieron. Así supieron que debían conseguir las armas de Heracles, sacar de Troya una estatua de madera de Atenea que, mientras Ilión, protegería la ciudad, y convencer de entrar a la batalla al hijo que había tenido Aquiles. Todo hicieron pero faltaba algo. En las inspiraciones de astucia que tenía Ulises a través de Atenea, se le ocurrió construir un enorme caballo de madera.
Los troyanos se asomaron a las murallas no vieron rastros de los griegos que habían estado allí durante diez años. Todo indicaba que los aqueos se habían rendido y habían vuelto a sus reinos. Sólo había un gigantesco caballo de madera. Solamente encontraron a un primo de Ulises Sinón quien les dijo que los griegos lo habían abandonado, y que le habían dejado un regalo para reparar el daño causado por el robo de la estatua de Atenea a la ciudad. Los suspiros de la paz conseguida después de tanto tiempo se desparramaron por los teucros. Ahora sí podían volver tranquilos, sin sobresaltos. Ni siquiera hizo falta que alguien diera la orden de abrir las murallas para hacer entrar al caballo de la victoria. Tuvieron que demoler parte de los muros, pero no importó. Una paz así no se consigue todos los días.
Un adivino y sacerdote de Apolo, Laocoonte, presintió una trampa y se lo dijo a los troyanos. Nadie le creyó. Sobre todo, cuando poco después, mientras ofrecía un sacrificio a Poseidón en la orilla del mar, apareció una enorme serpiente se lo devoraron junto a uno de sus hijos. Estaba claro para los teucros, los dioses lo castigaron por haber mentido.
Casandra, hija de Príamo, salió gritando que dentro del caballo se escondía los griegos. Nadie le creyó. La fiesta empezaba. Era hora de festejar, divertirse por la paz y la victoria y por todo el tiempo que pasaron entre la muerte. Pronto todo el pueblo dormía, por primera vez, plácidamente, ya sea por la borrachera de la noche de fiesta o por la calma que hacía mucho tiempo no tenían.
Cuando todo la ciudad reposaba, Sinón prendió una antorcha en la playa, que podía ser vista desde una isla cercana.
El vientre se abrió sigilosamente, y de allí salieron Ulises y todos los héroes que estaban allí escondidos. Abrieron las puertas de la ciudad y, por ellas entraron los aqueos que vinieron en sus barcos al ver la señal de Sinón.
En pocas horas, la primera antorcha que comenzó a incendiar la ciudad se había multiplicado y había arrasado con todo. Los griegos mataron a todos los troyanos que se interpusieron en su camino. Acabaron con el poderío y el esplendor de la vieja Trota, que quedó sepultada en los mapas de los recuerdos borrosos durante siglos y milenios.
Héroes, hombres y mujeres murieron. Los dioses se divirtieron, lloraron y sufrieron un poco, pero siguieron en sus tronos, ocupados de otros tiempos y otros hombres. Sólo uno de los héroes troyanos sobrevivió, Eneas, de la familia al originar otro pueblo famoso, que daría que hablar con el paso de los tiempos: Roma.
Cuando las llamas cubrieron la ciudad de Ilión, los troyanos deben haber visto en ellas algo del fuego de los ojos de Paris que, para ese entonces, ya había muerto en la guerra.
Cuentan, también, que, en la última noche de Troya, Menelao encontró a Helena y recordó que, por ella, había muerto cientos de guerreros valientes de Grecia. Sacó la espada para matarla. Ella se descubrió el pecho y él, nuevamente, se rindió antes su belleza fatal, desgarradora. La tomó en sus brazos, la condujo hasta su barco, y volvió con ella a Esparta.